martes, 23 de diciembre de 2008



El rey ausente

 

Cantaba el cetro desde el armario alto, bailando en la tertulia de los abrigos. Las perlas, mientras tanto, paseaban por jardín de seda texturizado cual si fuere domingo cualquiera. El diamante, príncipe de encantos, como piedra esperaba a su dichosa enamorada, que días atrás cambiado lo había por el collar de esmeraldas, maravilla ciudad de luces y mares.

La corona nunca puesta en cabeza alguna, por generaciones guardada en cajón de suya habitación. El accesorio real, decepcionado envejecía a solas entre paredes de madera. Silencioso y correoso el tiempo hacía de las suyas sobre el amarillento metal precioso. La cabeza que alguna vez la portara, usaba ahora gorro de tierra y se escondía en cajita mortuoria.

Seguía la tertulia en el armario, donde también asistieron las gemelas zapatillas, la florcilla prendedor, y varios amigos de pasta dura y relleno de letras. La única ausente, su real majestad, la viuda del muertito. 





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