domingo, 12 de agosto de 2012





Cuándo el destino depende de una acción pronosticada.


La duda de hacer o no hacer, y ni siquiera tener la decisión en manos propias, sino en aquellas ajenas cuyo andar errático vuelve impredecible cualquier movimiento. Posibilidades en sentidos encontrados, y ambos casos con carga moral pesada. Qué tristeza da saber al destino pendiendo de las manos equivocadas, de aquellas cuyos ascensos en la escala del poder no ha sido, precisamente, por el reconocimiento de los méritos propios, sino de favores que deberán pagarse caros.

Hoy, heme aquí, con la incertidumbre de mi futuro inminente, esperando acción ajena sobre un tema que me involucra personalmente. Soy causa del efecto, soy el aleteo de la mariposa que hoy provoca el monzón y afecta a inocentes. Soy, invariablemente, el centro del huracán.

Irónico que los pecadores se jacten de santos, y sean los primeros en lanzar la piedra al acusado cuyo pecado ha sido repetido por los falsos mártires acusadores. Es la hipocresía que ronda silenciosa y a la vez descarada y cínica, la misma que se asume verdugo y salvadora, juez de razón nublada por lo incomprensible, quizás la sed de poder, la envidia de la ocasión, o el rencor por los éxitos del otro. 

Ahí viene la parca con la guadaña afilada a punto de cortar cabezas, sin una pizca de remordimiento por el caos que pudiera dejar en consecuencia. Es ella de quien depende hoy mi destino próximo, el de corto plazo. Será su decisión si me esclaviza a la carga moral o me libera del grillete que hoy me ata. 

¿Qué puede uno hacer cuando las decisiones ya no dependen de la elección propia? así como el pronóstico del tiempo, que pudiera ser atinado, también lo puede ser erróneo ante la inclemente madre naturaleza que puede cambiar el rumbo del huracán en el último instante. Hoy sólo espero a que se dicte fallo, ese que pudiera resultar a favor o en contra, no sólo de mí, sino de toda la población amenazada por la tormenta. No queda más que morderme las uñas y sentarme en un rincón.