jueves, 2 de diciembre de 2010



DE VUELTA EL NIÑO

La emoción de un instante y el miedo a verlo terminado. Contar los segundos hasta oír sonar las campanas del reloj de la abuela, ese que cuelga en la pared de la cocina, e hipnotizado ver a los pajaritos salir para anunciar las 6 de la tarde. Correr, encontrarse en el camino con los sueños, la realidad que ataca, las ganas de esfumarse, simplemente escapar. El camino se acaba, callejón sin salida ¿Ahora qué? ¡A volar!


Surcar el cielo atravesando los blancos espumosos que dibujé cuando tenía apenas 8 y, varios años después, recupero entre el azul y buenas noches las ilusiones guardadas en un baúl, la emoción y la estupefacción infantil. Mírame, de brazos estirados, son la sonrisa amplia devorando a cachos el infinito que empieza en mi pecho y terminará el día de mi muerte.


Se ven pequeñas las ciudades desde arriba, desde acá pierde sentido el capitalismo, lejos, muy lejos de todo, viajando libre al lado de la nada. Acá no hay paredes ni finales en el camino, todo fluye, todo sigue.

Se oye a lo lejos de nuevo el reloj, son las 9, hora de cenar, de regreso el azul es negro, y los blancos se tornan gris. El baile de mil luces sobre mi cabeza, a mi ritmo, y la inhalación profunda acompaña la absolución de los pecados. El aterrizaje suave sobre el verde, y correr para alcanzar un plato caliente. La mesa es la misma, la gente la misma, el sabor es el mismo. Pero mañana a las 6 volveré a alzar el vuelo.





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