martes, 23 de marzo de 2010



La mujer que mañana lo lastimará


Era mi foto en el buró, el cuarto de un desconocido que me conocía, pero ¿Cómo? Jamás lo había visto, y al preguntarle me decía que todavía no, pero el ya me conocía tiempo adelante. No lograba comprender de qué hablaba, pero no quise quedarme en ese lugar. Asustada, salí de su departamento, él me seguía, si yo corría, él corría, si caminaba, él caminaba, y así hasta doblar a la izquierda en la explanada y esconderme en ese pequeño lugar donde cocinan deliciosas crepas.

Me escondí un par de minutos, luego salí y ya era de día, un sol madrugador iluminaba el camino, volteé a la izquierda: nada; volteé a la derecha: tampoco. Me robé un sombrero del perchero, una pamela amarilla con una enorme flor color fucsia, bastante llamativa. Y aquella flor, seguía con la mirada el astro luminoso.

Pensé perderme, pensé perderlo, cuando de la nada apareció frente a mí con una docena de rosas entre sus manos. Las arrojó a mis pies, y de ellas salieron gusanos. Alcé la mirada para verlo llorar de dolor, de enojo. Ojos capicúa, lágrimas manchadas, y mi falda bailaba con el viento. Quise seguir pero me detuvo del brazo, me jaló a él y me beso entre los ojos, después me empujó con fuerza y huyó.

Entre las rosas encontré una nota, era de su puño y letra: “Muere infeliz desgraciada, a otro ve y muerde, perra condenada”. Con cariñó doblé el papelito, tomé las flores y eché todo al bote de basura. Di media vuelta y me topé de nuevo con él, pero era diferente, no me reconocía. Chocamos, se disculpó, se presentó, y me invitó un café… acepté. No soy nadie para cambiar el destino.




1 comentario:

Gala dijo...

Historias cómo estas me hacen falta, sumergirse en otras realidades, es cómo disolverse en otra cosa que no sea agua, o alcohol puro. Por eso la serie de ríos metafísicos de sabores. Después de todo Cleopatra se bañaba en leche de burra. Las corrientes trasatlánticas causan estragos, y nos disolvemos en la pipa de la paz y miles de moléculas van haya al cosmos para convivir desde nuestro aliento, desde nuestra exhalación, allí se crean los sueños y las visiones a ritmo de jazz.

Leía e imaginaba todo, me imaginaba allí corriendo por las calles empedradas, mis sueños no tienen un sitio, ni tampoco soluto limitante: la ciudad dorada está parchada de Chapultepec, Barrio Antiguo, Condesa, el centro de París y un poco de Oriente, allí corro, ahí te veo entre velos de colores y te pido que vuelvas a dormir, para volver a soñar, para escribir y reescribir, todo resulta perfecto.

¡Felicidades mi pintor de caras, me provocaste una sonrisa enorme!

¡Mucha luz!