domingo, 30 de agosto de 2009



It's never too late





¿Qué hacemos ahora? Pensaba ella mientras sostenía fuerte su mano, con un par de lágrimas tratando de ahogar el dolor que apretaba sus nervios, una colisión a sus neuronas y las millones de posibilidades bombardeando el alma, esa que hacía mucho no sonreía, la que había perdido las ganas de vivir y, sin embargo, era forzada a seguir caminando, aún cuando fuera con la mirada hacia el suelo. Él la abrazaba, ella lloraba, lo empujó fuerte y salió corriendo. Cáncer en fase terminal, máximo 2 meses de vida, les dijo el doctor. ¿En qué momento sucedió? ¿En qué momento dejó que la vida se le fuera de las manos? ¿Cuándo fue que renunció a ser feliz? ¿Tacones para qué me sirven? Y siguió corriendo hasta el fin del mundo, junto al horizonte, muy cerquita de la puesta del sol, ahí se sentó a reflexionar. Vida sólo hay una, y más vale vivirla. A quebrar la cajita de cristal, la que brinda seguridad e inmaculada tranquilidad. Regresó a su realidad, tomó las riendas de la corta vida que le quedaba y le dio un giro inesperado, ese que siempre había deseado. Abandonó al esposo, renunció a su trabajo, corto pedazos de papel en el cielo, y pintó las nubes de colores. Dos meses en que su alma fue feliz, dos meses que no llegaron a su fin, pues fue su espíritu el que renunció a morir, ahora que había probado esa droga, no estaba dispuesta a dejarla. De milagro definieron los doctores el suceso, ella sabía que había pasado. Hoy, años después, hace sólo aquello que le brinda alegría y felicidad, y aunque pida limosna en la calle, es mejor que callarse las ganas de gritar detrás de un par de billetes verdes.