¿Qué hacemos ahora? Pensaba ella mientras sostenía fuerte su mano, con un par de lágrimas tratando de ahogar el dolor que apretaba sus nervios, una colisión a sus neuronas y las millones de posibilidades bombardeando el alma, esa que hacía mucho no sonreía, la que había perdido las ganas de vivir y, sin embargo, era forzada a seguir caminando, aún cuando fuera con la mirada hacia el suelo. Él la abrazaba, ella lloraba, lo empujó fuerte y salió corriendo. Cáncer en fase terminal, máximo 2 meses de vida, les dijo el doctor. ¿En qué momento sucedió? ¿En qué momento dejó que la vida se le fuera de las manos? ¿Cuándo fue que renunció a ser feliz? ¿Tacones para qué me sirven? Y siguió corriendo hasta el fin del mundo, junto al horizonte, muy cerquita de la puesta del sol, ahí se sentó a reflexionar. Vida sólo hay una, y más vale vivirla. A quebrar la cajita de cristal, la que brinda seguridad e inmaculada tranquilidad. Regresó a su realidad, tomó las riendas de la corta vida que le quedaba y le dio un giro inesperado, ese que siempre había deseado. Abandonó al esposo, renunció a su trabajo, corto pedazos de papel en el cielo, y pintó las nubes de colores. Dos meses en que su alma fue feliz, dos meses que no llegaron a su fin, pues fue su espíritu el que renunció a morir, ahora que había probado esa droga, no estaba dispuesta a dejarla. De milagro definieron los doctores el suceso, ella sabía que había pasado. Hoy, años después, hace sólo aquello que le brinda alegría y felicidad, y aunque pida limosna en la calle, es mejor que callarse las ganas de gritar detrás de un par de billetes verdes.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
te odio!!!
Publicar un comentario